viernes, 15 de febrero de 2008

Sobre las contradicciones que todos vivimos

No hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco


En estos días, leyendo la carta de San Pablo a los Romanos me impresionó mucho el versículo 15 del capítulo 7: “...no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco”.


Esto me indica que las aspiraciones morales de los seres humanos y sus obras no están coordinadas o integradas.

Es decir, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que “no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero". Recuerdo que una vez también leí en La metamorfosis, una de las obras poéticas más importantes de Publio Ovidio la siguiente expresión: “Veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo lo que es peor”. La expresión de San Pablo es muy parecida y expresa la misma angustia o conflicto del gran poeta Ovidio. Ambos están expresando desde tiempos distintos y distantes, una realidad que es inherente al ser humano y que muy bien se explica desde la fe, sin excluir el valioso aporte de las ciencias humanas en su comprensión. Por tal motivo, quiero invitar al lector a detenernos brevemente a considerar la explicación que se puede obtener desde las ciencias humanas.

Cuando el ser humano repite un comportamiento, por definición esos resultados deben ser deseables, o no lo haría una y otra vez. También es cierto que saber lo que se debe hacer y saber cómo hacerlo son dos cosas muy distintas. Nos ayudaría mucho a mejorar nuestra vida si logramos suprimir en nosotros esas conductas ilógicas que nos asaltan, como por ejemplo: comer sin tener hambre, discutir y perder la paciencia sin habérnoslo propuesto, perder una cantidad de tiempo en actividades que no deberíamos ocuparnos como por ejemplo, pasar tanto tiempo delante del televisor en lugar de hacer ejercicios, leer o dialogar con la pareja y los hijos. No queremos hacer esas cosas pero lo hacemos.

Está claro que nuestra conducta crea resultados. Pero lo que quizás no sepa usted es que estos resultados, que le afectan a usted y a las elecciones que usted hace, se producen a niveles de conciencia diferentes y que pueden revestir diversas formas, algunas de las cuales son sutiles y muy potentes.

Cuando una conducta produce resultados negativos en nosotros no se sigue produciendo; por ejemplo, poner la mano a una plancha caliente. Lo que nos lleva a reproducir un comportamiento son las gratificaciones, sobre todo, aquellas psicológicas que producen aceptación, aprobación, reconocimiento, elogios, afecto, compañía, codicia, castigo o autorrealización. Las gratificaciones espirituales, tales como: la paz interior, la sensación de estar unido a Dios, los valores. Las gratificaciones físicas, las sensaciones placenteras, la práctica del ejercicio, el mantenerse en buena forma y la práctica de una actividad sexual sana y responsable dentro del matrimonio. A todos nos afectan estas gratificaciones, pero también hemos de reconocer que a algunas personas le afectan unas más que otras.

Las conductas que exhibimos habitualmente se mantienen gracias a esas gratificaciones. Todo cuanto hacemos nos sirve para algo. La realidad es que la gratificación tiene tanta fuerza que puede promover incluso conductas que conscientemente no deseamos. Esto podría explicar la lucha de San Pablo y del cristiano contra el pecado: “...no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco”. Por ejemplo: Si usted trabaja demasiado, porque le importa el reconocimiento (gratificación), y perjudica sus obligaciones familiares y comunitarias, eso no está bien. Es importante recordar que no todas las gratificaciones son evidentes.


En este momento solicito un pequeño esfuerzo al lector y lo invito a escribir una lista de las cinco situaciones o pautas negativas de comportamiento más persistentes y frustrantes de su vida. Describa cada una de ellas, es decir, identifique concretamente en qué consiste. Identifique la gratificación que satisface en usted. Al hacer esto tenga muy presente que la necesidad número uno de todas las personas es sentirse aceptada, y el temor número uno, el de verse rechazado. Hemos de estar atentos también a la posibilidad de que nuestra conducta esté dictada por el temor al rechazo. Como tememos al rechazo “no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” con tal de ser aceptado.

A la hora de analizar las gratificaciones conviene no pasar por alto la diferencia entre satisfacer la gratificación inmediatamente y diferirla para obtener mejores beneficios. El mundo de la globalización, impulsado por la cultura del neoliberalismo no nos permite ser amigos de aplazar nuestras gratificaciones. Me parece que este podría ser uno de los motivos por los cuales se han creado y multiplicado los restaurantes de comidas rápidas, tiendas de autoservicio y platos precocidos. Significa que nos hemos condicionado a desear lo que deseamos y a tenerlo enseguida. Esto podría estar sugiriendo que somos personas con bajos niveles de diferenciación y de madurez.

El reto consiste en identificar y controlar las gratificaciones para controlar las conductas propias y ajenas. He ahí una posible clave de interpretación de la afirmación paulina: “...no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” y del gran poeta Ovidio: “veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo lo que es peor”. En otras palabras, “la gente hace lo que le sirve”.
¡Vamos a combatir el pecado identificando y combatiendo las gratificaciones negativas que nos dañan!

De: José Pastor Ramírez, salesiano.

En:
http://www.dgwaves.com/boletinsalesiano/index.php?option=com_content&task=view&id=14&Itemid=27

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